El envejecimiento cerebral


Con el envejecimiento, el cerebro va experimentando ciertos cambios y, de forma global, su volumen y peso van disminuyendo. En circunstancias normales el peso medio máximo del cerebro se reduce hasta un 10-15 % a los 90 años respecto al peso que tenía a los 25-30 años. Las paredes de las grandes arterias se engrosan por los depósitos de distintas sustancias, por lo que pierden elasticidad, haciendo que el sistema sea más vulnerable a procesos vasculares patológicos.


En la actualidad, a diferencia de antiguas convicciones, se habla más de cambios que de pérdidas celulares. Anteriormente se creía que el envejecimiento estaba asociado a una pérdida irreversible de neuronas de la corteza cerebral a lo largo de toda la vida adulta. Hoy en día, con más sofisticados sistemas de medición, se tiende a pensar que se producen cambios de empequeñecimiento de las neuronas. No todas las regiones del cerebro son igualmente vulnerables a las consecuencias del envejecimiento. Algunas regiones del cerebro vinculadas, por ejemplo, a la memoria reciente se afectan más precozmente. Así, algunas neuronas «se encogen», especialmente las más grandes, en áreas importantes para el aprendizaje, la memoria, la planificación y otras actividades mentales complejas.


Se cree que las pérdidas neuronales en la corteza cerebral de la persona mayor sana, en el caso de producirse, son más bien escasas. Sin embargo, en los pacientes con Alzheimer, por ejemplo, sí se producen importantes pérdidas neuronales. En la conservación de las funciones corticales superiores (o capacidades mentales complejas) interviene el fenómeno de la neuroplasticidad. La neuroplasticidad supone el desarrollo de estructuras y funciones nuevas en determinadas neuronas gracias al establecimiento de conexiones sinápticas a través de nuevas formaciones de ramificaciones. En las personas con demencia el fenómeno de la neuroplasticidad disminuye progresivamente.


En el proceso de envejecimiento algunos hallazgos en el tejido cerebral plantean problemas de interpretación por situarse en la frontera entre normalidad y enfermedad, como ciertos cambios vasculares o la presencia de ovillos neurofibrilares y placas seniles, aunque en menor cantidad que en la enfermedad de Alzheimer. Del mismo modo, la presencia en algunas zonas de cuerpos de Lewy, aunque comunes en la enfermedad de Parkinson, puede ser un hallazgo habitual y poco significativo en el envejecimiento normal.


Las placas seniles son agregaciones densas, pegajosas e insolubles que se forman entre las neuronas. Están compuestas por moléculas, principalmente beta-amiloides, y por restos celulares. El componente primario del beta-amiloide se forma por el procesamiento anormal de una proteína mayor, la proteína precursora del amiloide (PPA), que juega un importante papel en el crecimiento y supervivencia de las neuronas. Unas enzimas especializados cortan la PPA en pequeñas partes, y uno de esos fragmentos es el beta-amiloide.


Los ovillos neurofibrilares están formados por fibras dañadas y retorcidas de proteína tau. La proteína tau normalmente contribuye a mantener la estructura de las neuronas reforzando su andamiaje interno (losmicrotúbulos). En las neuronas de los cerebros de enfermos de Alzheimer se produce un exceso de proteína tau que no funciona correctamente y forma esos ovillos dentro de las neuronas, lo que lleva a una interrupción de la capacidad de las neuronas para comunicarse entre sí y, finalmente, a la muerte neuronal.


Con la edad aumenta la oxidación, proceso bioquímico que, a la larga, puede producir lesiones y causar degeneración de la función cerebral. Los «radicales libres» son moléculas naturales, altamente inestables y con gran poder de oxidación, capaces de alterar numerosas funciones celulares. Se cree que la vitamina E y otras vitaminas antioxidantes pueden proteger a las neuronas de la oxidación, aunque se trata de un campo en continua investigación.
Por otro lado, tanto cambios en la estructura de las células como la afectación de distintos sistemas de neurotransmisión también subyacen en algunos cambios funcionales propios del envejecimiento.


Por ejemplo, el sistema dopaminérgico (el que regula el papel del neurotransmisor denominado dopamina) tiene un papel crucial en la enfermedad de Parkinson, pero también se ha detectado cierta disfunción del mismo en el envejecimiento normal. La dopamina desempeña un papel altamente relevante en el control de los movimientos voluntarios y en el control emocional. Otro sistema de neurotransmisión que puede verse afectado en el envejecimiento es el de la acetilcolina, con una función clave en los procesos de aprendizaje y memoria. Las amplias investigaciones acerca del funcionamiento del sistema colinérgico y su clara afectación en la enfermedad de Alzheimer han supuesto la base para una de las principales terapias farmacológicas que se emplea en la actualidad en dicha enfermedad.
Estos procesos de cambio, normales en el envejecimiento, tienen un impacto en el cerebro. Una persona mayor sana suele experimentar un pequeño declive en su capacidad para aprender cosas y para recuperar información, como por ejemplo recordar nombres. Las tareas complejas de atención, aprendizaje y memoria son de las más vulnerables. Sin embargo, dedicando el tiempo suficiente a realizar la tarea la mayoría de personas mayores sanas pueden rendir tan competentemente como otras más jóvenes; es decir, básicamente se produce un enlentecimiento cognitivo.


Revisión bibliográfica realizada por:
Psic. Paula Cueva
Psicóloga Clínica
Fuente: Gramunt, N., (2010), Vive en envejecimiento activo, Memoria y otros retos cotidianos. Obra Social Fundación ”la Caixa”.


Escrito por: Psic. Paula Cueva

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