Como hablar con la familia sobre sexualidad.
Pero “siempre para poder pescar habrá que acercarse hasta el mar” o lo que es lo mismo si queremos recoger diálogo primero habrá que sembrar confianza. ¿Cómo? Con diferentes claves que presentaremos a continuación:
Una atmósfera positiva hacia la sexualidad y hacia todo lo que la rodea
Si creemos que la sexualidad es positiva debemos procurar transmitirlo, aunque en ocasiones haya aspectos con los que podamos ser críticos. Pero una cosa es una parte y otra cosa es el todo. Debemos poner interés en que aunque no nos guste una escena de una película, un comentario, o nos parezca que lo sexual tiene demasiada presencia en algunos ámbitos, eso no significa que consideremos mal a la sexualidad. Eso sí, en cualquier caso, las críticas deberán ser explicadas y razonadas.
De esto modo si un padre o una madre, si una persona adulta, se muestra positivo y con confianza se está ofreciendo la posibilidad al adolescente para que se muestre del mismo modo: positivo y con confianza.
Sinceridad
Ni los hijos, ni las hijas examinan, así que con contestar lo que sabemos es suficiente y además diciendo toda la verdad (se supone que es lo que también esperamos por su parte) Es más quizá en otro momento alguien pudiera defender que hay cosas que no se deben contar, pero ahora con todas las posibilidades de acceder a la información que tiene los y las adolescentes, una mentira nos dejaría fuera del circuito. Pero de todos modos la verdadera razón para no mentir es la del “sentido común”. Mentir está feo.
Respetar la intimidad
Chicos y chicas adolescentes necesitan sus espacios de intimidad, del mismo modo que necesitan tener sus secretos u otros interlocutores, además de la familia, para hablar de estos y de otros temas.
Es importante que respetemos su intimidad, pero también que entendamos que aunque no nos hagan preguntas o aunque busquen repuestas en otros sitios, eso no significa que necesariamente hayamos dejado de importarle o que ya no sea necesario que sigamos aportando nuestros criterio y nuestra opinión.
Hablar de nosotros, de nosotras y de nuestra sexualidad
Hablar de sexualidad en primera persona con nuestros hijos e hijas significa aceptar la nuestra y quizás también mostrar disposición a hablar de estos temas, a compartir las dudas e inquietudes (por cierto, tanto las suyas como las nuestras).
Por supuesto no debemos hacerlo de forma forzada. Menos aún si el tema nos incomoda, también tenemos derecho a no contar o hablar de determinados temas, nuestra intimidad es también importante. Pero que nuestros hijos e hijas conozcan nuestras propias experiencias, temores, dudas, muchas veces supone un gran alivio para ellos y ellas. ¡¡Sus madres y sus padres han sentido cosas parecidas alguna vez!!
Intercambio de ideas
Con el diálogo y el intercambio de experiencias, en el fondo, de lo que se trata es de obtener una imagen más clara de uno mismo y una idea más realista del mundo. De esta forma los y las adolescentes estarán más preparados para tomar decisiones, éstas serán más pensadas y ellos y ellas serán más responsables hacia su propia vida sexual y, en última instancia, podrán protegerse mejor contra los embarazos no deseados, las enfermedades de transmisión sexual y la violencia.
Por si acaso recordamos que en este intercambio de ideas no es estrictamente necesario que ambas partes cuenten lo mismo, puede que hay quien hable mucho o quien opte por callar a casi todo. No importa. El intercambio de ideas es sobre todo una actitud que supone reconocer al otro como interlocutor, con todo lo que eso supone.
Imponer no es educar
Lógicamente hay que establecer normas en las casas, muchas de ellas puede que parezcan extrañas y con las que el adolescente, ya sea chico o chica, puede que no esté de acuerdo: formas de vestir, dinero, ocio, horario, actividades...
En cualquier caso las normas, insistimos, deben ser “razonadas y razonables” y sin olvidar que una cosa son las normas y otras los valores. No podemos imponer los valores, proponerlos sí, ofrecerlos y por supuesto, explicarlos. Pero los valores para que sean precisamente eso han de brotar desde dentro. Tendremos que aceptar que el hijo o la hija no estará de acuerdo en todo con nosotros o nosotras.
Mostrar atención, interés, mostrar que te importa.
Hay que saber escuchar y tener buena disposición. Escuchemos a nuestros hijos e hijas con la misma atención que esperamos recibir de parte de ellos o de ellas. Si estamos hablando y observamos que desean hablar, detengámonos y dejémosles intervenir. Prestemos toda nuestra atención.
Hay que escuchar “con el oído y la mirada”. Casi siempre la queja es que el o la adolescente hablan poco, así que no se puede desaprovechar esas ocasiones para que quede claro “que les escuchamos”.
Compartir dudas sin transmitir prejuicios
Nuestra experiencia puede ser de una gran ayuda para nuestros hijos e hijas si sabemos situarla en el lugar debido. Pero debemos estar vigilantes y reflexionar cuidadosamente, sobre todo si llega el momento de recriminar. Hay que procurar por todos los medios no proyectar a nuestros hijos e hijas las frustraciones y las más que probables falta de oportunidades que pudimos sufrir en nuestro “proceso sexual”.
Compartir y reconocerles que como personas adultas también tenemos fases de dudas y de incertidumbres puede suponer una contribución importante a su proceso de autoconocimiento. Al explicar a nuestros hijos e hijas cómo superamos los errores y cómo construimos a partir de ellos, les demostramos también que “hacer el ridículo”, por ejemplo, no es el fin del mundo, aunque en ese momento así lo sientan.
Hablarles de lo que necesitan
Creemos que a muchos chicos y chicas adolescentes les gustaría que les hubieran hablado de que todos los cuerpos maduran, que nadie se queda sin hacerlo, a pesar de que haya quien vaya muy rápido o de quien vaya lento. De que puede ser normal que los cambios empiecen en torno a los 12 años, quizás antes o quizás después. Que siempre habrá alguien que será el primero y alguien que será el último, pero esto no es una carrera, no hay ni premios, ni castigos.
Quisieran que cuando se les hable de cambios no se les hable sólo de la menstruación o del tamaño del pene, quisieran saber sobre los granos, los hombros o las caderas que se ensanchan, las voces que pueden volverse roncas, los cuerpos que se vuelven angulosos o redondeados, la distribución del vello y hasta del aumento del sudor, entre otros. También de que los deseos y emociones son particulares y que eso las convierte en “personales e intransferibles”.
Hablarles cuando lo necesitan
Dos ejemplos. El primero. A la chica que tiene la regla por primera vez a los 15 años le hubiera gustado saber desde el principio que existía esa posibilidad y que carece de importancia. Y no, que esto se lo empezaran a contar cuando ya su preocupación era demasiado evidente, ¿cómo va a recuperar ahora todo lo invertido en preocuparse y, además, en que no se lo notaran? ¿Cuánto tiempo, quizás años, pudo durar esa situación?
El segundo. Al chico que eyaculó por primera vez de forma involuntaria, mientras dormía, le hubiera gustado saber, que esa situación no sólo es normal, si no que es hasta esperable. Así se habría ahorrado pensamientos del tipo, “soy raro”, “no me funciona”, “no valgo”, “estoy muy salido”, ... Pensamientos, todos ellos, que generalmente el chico no comparte, que se queda con ellos y que le hacen sentirse mal.
Pero hay más ejemplos, el vello que crece mucho o poco, el pecho, los pezones, el pene, la estatura, los muchos o pocos anhelos, emociones, fantasías... Hablar de todos estos cambios o de todas estas cosas una vez que han sucedido ayuda poco. Habría que hablar antes y sobre todo tratando de comprender sus preocupaciones, sus incertidumbres y sus dudas. Sin frivolizarlas, ni minimizarlas.
No hablar sólo de problemas
Es verdad que hay que hablar da algunos aspectos relacionados con las relaciones eróticas (y en concreto de los coitos) antes de que estos se produzcan, pero no olvidemos una educación sexual excesivamente “medicalizada”, “problematizada” puede producir rechazo si se impone al mundo de las fantasías e idealizaciones que se dan en la adolescencia, un mundo que todos hemos necesitado para poder avanzar hacia la vida adulta. Hay que ser prudentes y con sentido común.
Ni como padres, ni como madres, ni como personas adultas, deberíamos de empezar a hablar de sexualidad con nuestros hijos e hijas preadolescentes o adolescentes, para contarles el peligro de un embarazo o sobre la adquisición de una enfermedad de transmisión sexual como el SIDA.
Otro error sería evitar empezar por ahí pero acabar haciéndolo de manera casi exclusiva. Si al hablar de sexualidad sólo hablamos de sus peligros resulta evidentes que estaremos transmitiendo la idea de que la sexualidad es un peligro ¿Creemos que lo es? Si les hablamos sólo del coito ¿qué será lo único importante?
Vigilar los roles de género.
Desde que nacemos se nos ha ido inculcando una forma de ser según nuestro sexo. El mundo adulto nos ha ido premiando o censurando según cómo nuestros comportamientos se han ido adaptando a lo que ellos han esperado de cada quien, según fuéramos niño o niña:
• A través de la cultura y valores inculcados.
• A través de los cuentos que nos han contado.
• A través de los juegos que nos han enseñado.
Todo esto va configurando una forma de ser peculiar y distinta en el niño y en la niña. Es el “rol de género”, según el cual la sociedad espera de cada uno de nosotros y de nosotras, determinadas formas de comportamiento.
Este “rol” dificulta y a veces impide que nos manifestemos de forma diferente a la esperada. De alguna forma todos, hombres y mujeres, somos víctimas de este juego limitador de nuestra personalidad. Es lo que hemos llamado el “doble proyecto educativo” y que habitualmente sitúa a la mujer en situación de desigualdad.
Igualdad de oportunidades
Debemos vigilar nuestras actitudes sexistas con nuestras hijas y nuestros hijos. Reflexionar sobre lo que toleramos en una hija y en un hijo, lo que les permitimos a una y a otro, lo que les enseñamos. Estas cuestiones son tremendamente importantes para su futuro. También lo son para que puedan desarrollar sus capacidades, habilidades. Nosotros y nosotras como inevitables modelos de referencia, con nuestra actitud y conducta, tenemos que tender a “neutralizar” los roles, que transmiten buena parte de la sociedad, para aprovechar plenamente las potencialidades de unos y de otras.
Es deseable que chicos y chicas tengan las mismas oportunidades. Lo que, desde luego, incluye también los comportamientos preventivos. Por ejemplo, ponerse o no un preservativo pasa muchas veces por la capacidad que se tenga de hablar de ello y de llegar a un “acuerdo”. Está claro que el rol tradicional de “pasividad” que la sociedad asigna a las chicas en estas cuestiones, no las favorece, situándolas en inferioridad de condiciones.
Educar en libertad y con responsabilidad
Nuestras hijas, nuestros hijos deben aprender a decidir sobre las cosas que más les afectan. Gozar de libertad es clave para madurar y no significa que “todo vale”.
Lejos de ser excesivamente “protectores”, nuestra actitud tiene que ir en el sentido de reforzar la capacidad que todo joven tiene para tomar decisiones. Tenemos que vencer nuestros miedos y dar un margen de confianza lo suficientemente amplio a nuestros hijos e hijas como para que ellos y ellas se vean reconocidos como capaces de gobernar su vida. De hecho, a pesar de que se mueven en un mundo reglado, que impone límites y normas (como nos pasa a los adultos), constantemente están tomando decisiones que para ellos y ellas son importantes, como el tipo de música que escuchan o con qué amigos o amigas salen.
Revisión bibliográfica realizada por:
Psic. Paula Cueva
Psicóloga Clínica
Fuente: De la Cruz C., Diezma J., CONSTRUYENDO SEXUALIDADES, o cómo educar la sexualidad de las hijas y de los hijos, 2008.
Escrito por: Psic. Paula Cueva